sábado, 11 de junio de 2011

Grigory Perelman, una mente brillante y sin ego

Grigory Perelman. (Foto: Frances Roberts/The Guardian)                                                                                                                                                           Mucho tiempo antes de que la vida de John Forbes Nash, el esquizofrénico laureado con el premio Nobel, llegara a la pantalla grande en Una mente brillante , las matemáticas estaban imbuidas en la leyenda del genio loco, aislado del mundo físico y viviendo en una reino de números separado.


La semana pasada un topólogo ruso recluido llamado Grigory Perelman parecía encajar en el estereotipo, pues rechazó el mayor honor otorgado en el campo de las matemáticas -la medalla Fields- por su trabajo en la solución de la Conjetura de Poincaré, antigua hipótesis que profundiza en la estructura de los objetos tridimensionales. Perelman también dejó abierta la posibilidad de rechazar un premio de un millón de dólares otorgado por el Instituto Clay de Matemáticas en Cambridge, Massachusetts.
A diferencia de Marlon Brando, que rechazó el Oscar, o de Sartre, que declinó el premio Nobel, el doctor Perelman no parecía estar manifestando una postura política o tratando de llamar la atención. No fue tanto el rechazo a una medalla sino a la idea de que en la búsqueda de los secretos de la naturaleza el descubridor es más importante que el descubrimiento.
"No creo que nada de lo que diga pueda ser del menor interés del público", dijo al diario londinense The Telegraph, con lo que instantáneamente se volvió más interesante.
Pero en cualquier esfuerzo -ya sea en la literatura, el arte, la ciencia, la teología- surge un sistema de celebridades, y los egos obstaculizan el camino. Newton y Leibniz, no contentos con la emoción del descubrimiento del cálculo, tuvieron una disputa por definir quién lo descubrió primero.
Al tiempo que las opciones van aumentando y las comprobaciones modernas son cada vez más extensas y complejas, se vuelve más difícil nombrar a un solo descubridor. Pero eso es lo que demanda la sociedad, con sus elogios y héroes.
Al escuchar a Perelman es obvio que está por encima de estas trivialidades. Lo que importa son las ideas, no los cerebros en los que cristalizan. Ajeno al temor de que le robaran su trabajo, a principios de 2002 publicó en internet su comprobación, que consistió de tres densos ensayos en los que vislumbra un mundo de pensamientos puros que pocos conocerán jamás.
Hasta antes de su muerte en 1996, el teórico de las matemáticas húngaro Paul Erdos era feliz con su vida de nómada, viajando de casa de un colega a otra, buscando teoremas tan escasos y verdaderos que provenían, dijo, "directo de El Libro", un texto platónico donde imaginaba que estaban preescritas todas las matemáticas.
A los colegas de Perelman les tomó casi cuatro años desentrañar las implicaciones de su exposición de 68 páginas, la cual es tan indirecta que de hecho no menciona la conjetura. El sitio en línea del Instituto Clay tiene enlaces a otros tres ensayos escritos por otras personas -992 páginas en total- ya sea para explicar su comprobación o para tratar de incorporarla como un detalle de la suya.
Esos intentos de dividir el crédito debieron haber sido una tarea tan complicada como la medicina forense intelectual: ¿quién obtuvo qué de quién? Los ensayos de Perelman están llenos tanto de números como de nombres: "la conjetura de Hamilton-Tian," "los múltiplos de Kähler", "el teorema de comparación de volumen relativo de Bishop-Gromov", "la desigualdad logarítmica de Sobolev de Gaussian debida a L. Gross". Todos han dejado sus huellas en El Libro. Dividido entre todos los que han contribuido, es posible que el Premio Clay no vaya muy lejos.
Un purista diría que ninguna persona merece reclamar algo sobre un teorema. Al parecer eso es lo que el doctor Perelman -quien ha dicho que desaprueba la política en las matemáticas- estaba insinuando.
"Si alguien está interesado en la manera en la que estoy resolviendo el problema, está todo ahí, dejen que vayan y lean todo sobre él", dijo a The Telegraph. "He publicado todos mis cálculos. Esto es lo que puedo ofrecer a la gente".
Sonó un poco como J. D. Salinger, escondido en su ermita de Nueva Hampshire, esquivando a un reportero molesto: "Lea el libro otra vez. Ahí está todo".


Fuente:http://www.sinewton.org/numeros/numeros/65/historia_20.php

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